
por Lionel Benítez
La condena a seis años de prisión contra Cristina Fernández de Kirchner marca un punto de inflexión en la política argentina. No por lo jurídico —que sigue siendo debatido en términos de pruebas y procesos— sino por las consecuencias políticas y simbólicas que desató. En un país donde la grieta ha moldeado el escenario público por más de una década, este fallo no solo afecta a una figura clave del peronismo, sino que redefine los equilibrios de poder en un contexto social y económico extremadamente delicado.
El clima es tenso. La frase popular "el horno no está para bollos" parece quedarse corta. Los ataques personales, como el del diputado José Luis Espert contra Florencia Kirchner —tratándola de “hija de puta” en la UCA— no hacen más que confirmar que se han cruzado límites que antes, incluso en la confrontación más dura, se intentaban evitar. La universidad repudió sus dichos, así como también lo hicieron periodistas cercanos al oficialismo, no por afinidad con la familia Kirchner, sino por la necesidad de mantener una frontera entre la discusión política y la agresión personal. La familia no se toca: una regla tácita que está empezando a resquebrajarse.
Paradójicamente, esta condena podría devolverle a Cristina una centralidad política que se estaba diluyendo. Desde hace meses, su figura parecía orientada a un rol más periférico, posiblemente impulsando candidaturas en las sombras. Hoy, con la sentencia, vuelve al centro de la escena, y con ella, el peronismo vuelve a reconfigurarse a su alrededor. Gobernadores, intendentes y dirigentes que se habían distanciado retoman el contacto, porque entienden que la persecución —real o percibida— unifica. Aún quienes no simpatizan con ella, comprenden que este proceso judicial puede sentar un precedente peligroso para todos. La columna reciente en Clarín, con un mensaje indirecto pero claro hacia el presidente Javier Milei, es elocuente: “esto también te puede pasar a vos”.
La justicia, cuando se percibe como selectiva, pierde legitimidad. Y cuando lo político se mezcla con lo judicial, el mensaje se vuelve ambiguo: ¿es justicia o venganza? Este es el dilema que enfrenta no solo el gobierno, sino todo el sistema institucional. Porque, aunque Javier Milei se haya beneficiado de la polarización que generó el kirchnerismo, también podría ser víctima de la misma lógica en un futuro. La política argentina, que tantas veces se mueve en espirales de revancha, no perdona debilidades. La preocupación que mostró el intendente de San Miguel, cuando analizó un panorama incierto en la política y la crispación es la de muchos, que incluso, están en las antipodas de Crsitina. Todos pierden.
Mientras tanto, la calle habla. Los episodios de violencia —ataques a medios opositores, enfrentamientos con la policía— son señales de alarma. La radicalización de sectores militantes frente a lo que consideran una persecución judicial está empujando los límites de la protesta social. Y aunque muchos referentes peronistas abogan por la mesura, también hay sectores que ya no esperan señales de conducción: actúan por cuenta propia, convencidos de que "perdido por perdido", lo único que queda es el enfrentamiento abierto.
Esta tensión se da, además, en un momento económico crítico, con una inflación que no da tregua y un gobierno que juega todas sus cartas en una estrategia de shock económico con pocos márgenes para errores políticos. La calle, el peronismo, el Poder Judicial y el capital financiero son piezas de un tablero inestable. En ese contexto, encarcelar a la figura más influyente de las últimas dos décadas no será gratuito. No lo fue nunca en la historia argentina. Y los próximos días mostrarán si el peronismo opta por la contención o si se impone la lógica del cuerpo a cuerpo.
Por otro lado, hay que observar con atención la convivencia entre el conurbano y los referentes del Pro y La Libertad Avanza en los territorios, mirar con atención si serán contemplativos en la campaña con quienes, en medios y redes, atacan a intendentes peronistas y a la propia Cristina con descalificaciones perosnales, sobre todo cando la sangra ya llegó al río. Muchos creen que, perdido por perdido, seguirán hablando y que la alternativa es el palo por palo.
Lo que está en juego ya no es solo una figura política, ni siquiera una elección. Lo que está en juego es el frágil equilibrio entre legalidad, legitimidad y gobernabilidad. Y eso, en la Argentina, puede cambiar de un momento a otro.